utilizó durante décadas (1941- 1975, aunque disuelto en 1985) para controlar y subyugar a las mujeres que osaban saltarse las reglas de lo que se entendía que debía ser el prototipo moral de mujer del régimen franquista.
Años antes los
avances que la II República habían supuesto para la vida de las mujeres el
disfrute de una libertad hasta antes no conocida y que suponía salir de los
fogones y disfrutar de su plena autonomía como ciudadanas. Sin embargo, con la
llegada del franquismo, esta libertad se vio repentinamente abortada. El
régimen franquista abolió nuestras libertades subyugándonos a las decisiones de
los maridos, padres o hermanos y forzándonos a ser obedientes y serviles.
El Patronato, con el
teórico fin de combatir la prostitución, reclutaba adolescentes poco dóciles, a
mujeres que consideraban que tenían conductas inmorales o que corrían el riesgo
de serlo, solteras embarazadas, lesbianas, víctimas de violación u otras características que no encajaban con
el nacional-catolicismo. Estas mujeres eran denunciadas por vecinos, por
clérigos, por los propios padres cuando no podían con su rebeldía; las
celadoras voluntarias también recorrían los lugares donde podían cometerse
actos impuros y se procedía a la denuncia a la policía.
Los centros del
Patronato, dependientes del Ministerio de Justicia, y regentados por órdenes
religiosas femeninas, operaban como un
sistema penitenciario oculto donde las mujeres eran internadas sin juicio sufriendo
trabajos forzados, abusos y la separación de sus hijos. A las mujeres solteras
que quedaban embarazadas, se las trasladaba a una maternidad y, con mucha
frecuencia eran obligadas a dar a sus hijos, bajo presiones y falsas
adopciones, a matrimonios adinerados, es decir, estos centros formaban parte de
la trama de bebés robados.
En el Patronato se
ejerció un férreo control sobre multitud de adolescentes y mujeres que se
atrevieron a cuestionar las rígidas normas de moralidad que les fueron
impuestas. Controlaban su cuerpo y su mente. La formación que recibían era
el adoctrinamiento del nacionalcatolicismo.
Lo llamativo del caso
es que el Patronato de Protección a la Mujer haya perdurado tantos años después
de la Transición y que no se haya sabido nada de esto hasta hace muy poco,
cuando alguna de las víctimas, periodistas e historiadoras han puesto en evidencia la represión que
sufrieron. Muchas mujeres no hablaron por el estigma social que suponía haber
estado internadas en el Patronato y por
miedo a las represalias. El terror vivido se refleja en las muertes por
suicidio que se produjeron en los conventos y en el hecho de que todavía
algunas víctimas todavía sufran estrés postraumático.
La Democracia tiene
el deber moral de resarcir el sufrimiento de estas mujeres reconociendo que
fueron víctimas de la represión franquista e incluirlas como se merecen dentro de la Ley de Memoria Histórica, y ese
debe ser nuestra reivindicación para con estas mujeres vejadas.
Ahora
que vemos cómo se acercan, cada vez con más intensidad, los postulados
reaccionarios que quieren volver a dominarnos, debemos reaccionar frente a los intentos de la
derecha y ultraderecha para que volvamos a ser mujeres dóciles y obedientes, a
admitir que el hombre es quien tiene el `poder y a estar calladitas y en casa.
Por eso, debemos levantarnos frente a quienes nos quieren tapar la boca y
apagar nuestra voz.
Es
importante acordarnos de las mujeres que sufrieron las consecuencias del
Patronato, reivindicarlas como víctimas y luchar para que la historia no se
repita porque si no, puede que volvamos a tener que cuidar mucho lo que hacemos
y lo que decimos. Tiempo al tiempo.
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