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viernes, 30 de abril de 2021

La paradoja madrileña y el imperativo del voto

Editorial El Salto Mayo 2021

En los comicios del 4 de mayo en la Comunidad de Madrid se enfrentan dos concepciones que trascienden a la región madrileña y dibujan dos proyectos distintos de país: por un lado, la de la Comunidad de Madrid como una de las 17 autonomías que conforman el Reino en igualdad teórica de condiciones con el resto de regiones. En el otro está la “España dentro de España”, terreno para el juego y la experimentación de las teorías y las prácticas más neoliberales —y por ende generadoras de desigualdad— donde las vergüenzas se tapan cada día más agitando banderitas para regocijo de palmeros y ultras.

La visión del trumpismo al estilo hispánico más desaforado, encarnado en una presidenta de la Comunidad de Madrid que tiene detrás al halcón neocon Miguel Ángel Rodríguez, ha creado en la Comunidad un cortijo particular para la élite patria que practica el dumping fiscal con sus vecinas de esa España que Isabel Díaz Ayuso dice defender. Una especie de paraíso fiscal que vacía de vida las castillas, las andalucías y las extremaduras para beneficio de unos pocos mientras las soflamas populistas hablan de bajar impuestos a toda la población. No, esa es una mentira más: solo se beneficiará —y perpetuará—a la minoría que domina la capital y que pone los fondos para que la derecha se mantenga donde está hoy, siempre fiel al mandato de florentinos y villarmires.

La gran paradoja de estas elecciones es que cobran importancia estatal porque existe la posibilidad de que la Comunidad de Madrid deje de tener tanta importancia a nivel estatal. El fin del paraíso fiscal madrileño —o al menos parte de él— y la posibilidad de arañar el poder que ostenta la élite “marca España”, concentrada entre el barrio de Salamanca y la Castellana, son este 4M una realidad palpable si la izquierda consigue asaltar una región que no gobierna desde hace la friolera de 26 años. En tres décadas, solo consiguió en una ocasión los números necesarios para gobernar. No fue suficiente. La élite realizó una de las maniobras más vergonzosas y escandalosas de la democracia española: el tamayazo de 2003.

La movilización del voto se hace necesidad en una región donde las tasas de desigualdad no han parado de crecer en décadas y donde los servicios públicos han sido desmantelados día a día, mes a mes, año a año, para repartir entre los halcones de siempre los derechos de la población madrileña, convertidos ahora en plusvalía.

Si los barrios y los municipios con rentas más bajas votasen como lo hacen los más pudientes en la región, predominaría el rojo frente al azul y apenas existiría la posibilidad de que la extraña mezcla entre neofascista racista y ultraliberal nacionalista que encarna la extrema derecha española pudiese obtener carteras autonómicas. Imaginar un consejero de Vox es una visión que crea algo muy poco compatible con la democracia: miedo.

Entre errores y palos de ciego, y en una campaña en que cada ocurrencia de Ayuso o Abascal se ha convertido en tema del día, colando una y otra vez sus mensajes y obligando a ir a rebufo al resto de fuerzas, los partidos de izquierda han tenido un acierto y han sabido ver dónde poner toda la carne en el asador: llamar a la movilización por el voto sin grandes enfrentamientos entre ellos. Un voto masivo desde los barrios y la población más humilde es un imperativo, una necesidad, para acabar con el cortijo. Quién sabe, igual la espiral de confrontación y populismo trumpista barato se acabe el 4 de mayo. Pero para eso toca movilizar a quien no se moviliza.

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